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Juanjo Millás : un placer leerte y sobre todo escucharte.

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Este domingo, como tantos otros, me he despertado mirando el reloj con miedo de haber dormido más de la cuenta y no poder escuchar a Juanjo Millás en el programa “A vivir” de la Ser de las 9 de la mañana.

Llevo varios años escuchando sus monólogos, porque son verdaderos monólogos, escuchados también, creo que con admiración encubierta, por Javier del Pino director de programa que actúa de provocador e hilo conductor.

Empieza siempre despacio, como con dudas y poco a poco se va embalando hasta llegar generalmente a una especie de traca final de ideas alocadas que derrochan imaginación y por lo menos a mí, me encantan.

En ocasiones hace reportajes acompañado por una periodista llamada Paqui, no sé el apellido.

Muchas veces pienso con envidia lo bien que se lo pasará escuchando sus inteligentes ocurrencias y compartiendo con él y , me imagino, con otras personas como él, cenas, comidas y viajes. Espero que se le haya ocurrido ir grabando todo a escondidas para poder disfrutarlo en el futuro.

El primer libro que leí de él es “Que nadie duerma” y me dejó un tanto anonadado y asustado de lo bruto que puede llegar a ser escribiendo este hombre. Le cogí hasta miedo.

Prefiero al monologuista, prefiero escucharle a leer una novela suya de un tirón. De hecho la siguiente que escogí, “La vida a ratos”, la voy leyendo a ratos para no atragantarme.

Resulta espectacular su forma de escribir e imaginar.

En un programa de radio, no sé si en el mismo en el que él participa, un periodista se quejaba amargamente de lo mucho que a él le costaba escribir un artículo y de que, por contra, a Millás le bastaba con ver una mosca entrando por la ventana para que se le ocurra un artículo.

Esa es la diferencia entre un escritor y un periodista.

No lo sabía, pero buscando en wikipedia me he enterado que ha creado todo un género que ha denominado el articuento del que, me imagino, es un buen ejemplo el escrito que me pasaron por Whatsapp y que adjunto a continuación.

Despistes Juan José Millás, 16/09/2022, El País

Llamaron a la puerta. Era mi vecina, que se quedó viuda hace un mes, pobre. Sus tres hijos se encuentran en el extranjero y vive sola, como yo. Venía a devolverme un tomate que le había prestado el martes. En realidad, no le había prestado ningún tomate el martes, pero me pareció una indelicadeza rechazárselo y lo tomé con muestras de gratitud.

Más tarde, a la hora de la cena, mientras preparaba el tomate para hacerme una ensalada, me dio por pensar que quizá era yo el que se había olvidado del préstamo y no ella la que se lo había inventado. De hecho, desde el fallecimiento de mi mujer, del que enseguida hará dos años, me falla la memoria de lo inmediato.

Al día siguiente, cogí un par de huevos del frigorífico y llamé a la puerta de mi vecina. Le dije: «Toma, los huevos que me prestaste el jueves». «No haberte molestado», dijo ella aceptándolos «pero me vienen bien, tengo la nevera vacía».

La verdad es que no me había prestado ningún huevo el jueves ni ningún otro día, pero los recibió con tal naturalidad que dudé de mí. Tal vez sí me los había prestado y no lo recordaba.

Poco tiempo después apareció ella con una tacita de sal que aseguró deberme. La tomé y de paso le di los dos pimientos rojos que afirmé deberle yo.

De este modo, cogimos la costumbre de devolvernos cosas que no nos habíamos prestado o que habíamos olvidado haberlo hecho. Siempre eran cosas sencillas: una cebolla, un puerro, unos alicates.

Un día que vino a devolverme un ibuprofeno la invité a tomar un café y vimos juntos el telediario. Luego se levantó y procedió a despedirme como si fuera ella la que vivía en mi casa y yo en la suya, de la que me dio las llaves como si se me olvidaran. «Que te dejas las llaves, despistado», dijo.

Ahora vivo en la casa de al lado, que creo que no es mía, aunque tampoco me atrevería a asegurarlo.

¡¡¡Impresionante!!!.

No puedo evitarlo, cada vez que lo releo me parece más perfecto.

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